sábado, 25 de octubre de 2008

OSCAR WILDE: EL PRIMER BOLERISTA?

Ilán Chester.





John Donne, a la izquierda...

Jaramillo y Wilde, arriba.

*** La poesía lírica Inglesa como pionera del bolero.

Desde que leí algo llamado “Canción” de John Donne, nacido en 1573 en Londres, comenzé a sospechar que el bolero no había nacido en el Caribe, como se alega generalmente, sino en tabernas londinenses del siglo XVI escondidas en la bruma. Veamos que decía Donne en su canción (Donne, por cierto, el autor de aquella maravillosa reflexión que terminaba: “por tanto, no preguntes por quién doblan las campanas..están doblando por tí”).
En su “Canción”, John Donne decía, entre otras cosas, lo siguiente: “….Si has nacido para ver extrañas visiones y cosas invisibles, cabalga diez mil días y sus noches, hasta que la edad nieve canas sobre tí; cuando vuelvas, me contarás la maravillas que te acaecieron y jurarás que en ninguna parte vive una mujer fiel… si encuentras una házmelo saber: dulce sería semejante peregrinaje pero yo no iría… porque aún si ella era fiel cuando la vistes sabrá ser infiel a dos o tres antes de que yo acuda”. Guardando las distancias, tanto en tiempo como en calidad estética, estas palabras de Donne me recordaron a Julio Jaramillo (arriba, con sombrerito).
En esa misma época William Shakespeare, nacido en 1564, hablaba de su amor así: “Oh, amor mío, yo solo se escribir acerca de tí… por eso lo mejor que puedo hacer es vestir nuevamente las viejas palabras … mi amor seguirá diciendo lo que ya ha sido dicho”.
Y Donne agregaba, en su poema al “Dios del Amor”: “El Dios ha inventado un destino: que yo deba amar a quien no me ama”. Al decir esto Donne, tengo la impresión de que estaba poniendo la primera piedra del bolero. Estaba tan confundido Donne que agregó: “hay un castigo aún peor: que ella me amara, esto sería insoportable porque la falsedad es peor que el odio, y falsedad sería si la que yo amo me amara”. Es decir, John Donne se consideraba incapaz de ser amado y, por lo tanto, parece haber sido el primero en postular que el verdadero amor debía ser el amor no correspondido. Creo, modestamente, haber descubierto el momento en el cuál nació el bolero, lo que podría llamarse el “big bang” del universo del despecho. .
Toda la poesía lírica Inglesa es una reafirmación de esa tendencia, expresada por supuesto en formas mucho más exquisitas. Robert Herrick (nacido en 1591) nos decía: “viejo soy pero aún no me he enfriado: puedo jugar, enlazarme a una virgen…e imaginar que me muero y volver a la vida si ella acaricia mi mejilla”. Herrick era un tanto más optimista. Recuerda al bolero de Curet Alonso: “Tiemblas”, que canta tan bien Tito Rodríguez:

“Tiemblas, cada vez que me ves
Yo sé que tiemblas….
No hay misterios de tí
Que yo no entienda…”.

Este caballero del bolero parecía creer que la mujer a quien el amaba temblaba cada vez que lo veía. Muchos han creído esto y algunos lo siguen creyendo aunque los llamen creyón. Inclusive, hay quienes creen que : “en la boca llevarás, sabor a mí”.
George Herbert, nacido en 1593, fue el poeta lírico que insistió en que la vejez siempre tendría la oportunidad de amar de nuevo. En “La Flor” decía: “Y ahora, a mi edad yo reverdezco… un vez más huelo el rocío y la lluvia.. estos son tus prodigios, señor del amor: dejarnos ver que no somos sino flores que huyen… nos reservas un jardín donde vivir”.
No tenemos en la memoria boleros que expresen esa orientación tan optimista. Al contrario, los más hablan en términos de pérdida permanente:

“Y si ya no puedo verte
por qué Dios me hizo quererte
para hacerme sufrir más”. .

o, como decía Olga Guillot:
: … al ver que me olvidaste
por qué no me enseñastes
como se vive sin tí”.

Robert Burns, 1759-1796, cantó el amor constante, de toda una vida, en su poema “John Anderson”: “Juntos ascendimos la colina y más de un día feliz hemos vivido juntos; ahora debemos bajar lentamente e iremos tomados de la mano y dormiremos junto al valle”.
Si hay boleros que hablan de amor constante, de felicidad eterna, no los conozco. Al contrario, el tema recurrente es la maldad de la mujer:

“nadie comprende lo que sufro yo
canto por qué ya no puedo sollozar”.
O,
“Eres mala y traicionera
tienes corazón de piedra
por qué sabes que me muero
y me dejas que me muera”.
Y eso, cuando no dicen:
“Amor sin esperanza ese es el mío
te espero sin saber por qué razón”

Percy Shelley, nacido en 1792, ya sugería que “nuestros cantos más dulces llevan encerrados la tristeza” pero fue John Keats quien en “Endimion” nos trajo la hermosísima frase: “Una cosa bella es un goce eterno”, preparándole el terreno a Armando Manzanero y a Ilán Chester. Manzanero cuando dice:

“No se tú,…
pero yo no dejo de pensar
ni un minuto me logro despojar
de tus besos, tus abrazos, de lo bien que la pasamos la otra vez…”

Y Chester, en “El Destino”:

“es el destino, que aparece
cuando menos lo esperamos
es el destino, quien decide ..
..Amores hay de sobra,
a cada cuál le toca su hora….”
Cristina Rosetti, nacida en 1830, nos habla de la inevitabilidad de lo que la otra parte quiera recordar de nosotros: “Y si quieres recuerda, y si quieres olvida…y yo, puede ser que recuerde, que olvide puede ser”….
El “bolerista” más expresivo de esa maravillosa generación de poetas líricos fue Oscar Wilde.En su “Balada de la cárcel de Reading” escrita alrededor de 1897, nos dice:
“Los hombres todos matan lo que aman: unos con una mirada de odio, con una palabra acariciadora otros; el cobarde con un beso, el hombre valiente con una espada……………. El gallo gris cantó, el gallo rojo cantó, pero el alba no venía”.
Este es, probablemente, el mejor bolero de todos los tiempos.
El primer bolero escrito en el Caribe parece haber sido el llamado “Tristezas”, de un barbero llamado Pepe Sánchez, en 1885. En 1900, cuando Wilde moría, ya aparecían numerosos boleros en nuestro Caribe y en algunos años José Feliciano se sentaría a cantar:
“Toma este puñal
Córtame las venas…”

Ha sido un largo y sostenido camino. El leit motiv en la poesía lírica Inglesa y en el bolero del Caribe es el mismo: el amor no correspondido. Parece ser que es eso lo que hace al mundo dar vueltas, tanto en las relaciones entre individuos como en política.

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